En cambio, un gran número de clínicos e investigadores experimentados han propuesto mecanismos psicológicos para explicar la SQM, relacionándola con otros trastornos somatoformes (Brodsky 1983; Black, Ruth y Goldstein 1990). Existen otras variaciones, como la teoría que sostiene que la SQM es una variante de un trastorno por estrés postraumático (Schottenfeld y Cullen 1985) o una respuesta condicionada a una experiencia inicial con una sustancia tóxica (Bolle-Wilson, Wilson y Blecker 1988). Otro grupo ha propuesto que la SQM es una respuesta tardía a traumas infantiles precoces, como abusos sexuales (Selner y Strudenmayer 1992). En cada una de estas teorías, la enfermedad precipitante tiene un papel más simbólico que biológico en la patogenia de la SQM. Se considera que los factores del huésped tienen una gran importancia, especialmente la predisposición a somatizar los sufrimientos psicológicos.
Aunque se han publicado muchos trabajos sobre el tema, son pocos los estudios clínicos o experimentales publicados que respaldan de modo concluyente cualquiera de estas teorías. Los investigadores no han definido por lo general las poblaciones estudiadas, ni las han comparado con grupos de control equipa- rables. Los observadores no ignoraban el estado del sujeto ni las hipótesis de la investigación. Como consecuencia de ello, la mayoría de los datos disponibles son efectivamente descriptivos. Por otra parte, el debate legítimo sobre la etiología de la SQM se ha visto distorsionado por el dogma. Dado que las decisiones económicas importantes (p. ej., los derechos del paciente a compensaciones y la aceptación del reembolso por el médico) pueden depender de la forma en que se consideren estos casos, muchos facultativos tienen opiniones fuertemente arraigadas sobre esta enfermedad, lo que limita el valor científico de sus observaciones. Para poder prestar asistencia a los pacientes con SQM es necesario que se reconozca el hecho de que los pacientes a veces conocen muy bien estas teorías, y también pueden tener opiniones muy firmes sobre este tema.
Aunque se han publicado muchos trabajos sobre el tema, son pocos los estudios clínicos o experimentales publicados que respaldan de modo concluyente cualquiera de estas teorías. Los investigadores no han definido por lo general las poblaciones estudiadas, ni las han comparado con grupos de control equipa- rables. Los observadores no ignoraban el estado del sujeto ni las hipótesis de la investigación. Como consecuencia de ello, la mayoría de los datos disponibles son efectivamente descriptivos. Por otra parte, el debate legítimo sobre la etiología de la SQM se ha visto distorsionado por el dogma. Dado que las decisiones económicas importantes (p. ej., los derechos del paciente a compensaciones y la aceptación del reembolso por el médico) pueden depender de la forma en que se consideren estos casos, muchos facultativos tienen opiniones fuertemente arraigadas sobre esta enfermedad, lo que limita el valor científico de sus observaciones. Para poder prestar asistencia a los pacientes con SQM es necesario que se reconozca el hecho de que los pacientes a veces conocen muy bien estas teorías, y también pueden tener opiniones muy firmes sobre este tema.
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