No se conoce a fondo la epidemiología de la SQM. Los cálculos sobre su prevalencia en la población estadounidense (de la que aún proceden la mayoría de los informes) difieren en varios puntos porcentuales, pero su base científica sigue siendo confusa, y existen otras pruebas que indican que la SQM, en su forma clínicamente manifiesta, es poco frecuente (Cullen, Pace y Redlich 1992). La mayoría de los datos disponibles proceden de series de casos estudiados por facultativos que tratan a pacientes con SQM. A pesar de estos inconvenientes, pueden realizarse algunas observaciones generales. Aunque se han descrito pacientes de prácticamente todas las edades, la SQM es más frecuente en los sujetos en la edad media de la vida. Parece ser que afecta de manera desproporcionada a las personas que ejecutan trabajos de mayor categoría socioeconómica, y mucho menos a las personas de menos ingresos o que no son de raza blanca; esto podría ser un artefacto de acceso diferencial o de sesgo clínico. Afecta a las mujeres con mayor frecuencia que a los hombres. Existen datos epidemiológicos que responsabilizan claramente a algún factor idiosincrático del huésped como elemento de riesgo, ya que los brotes masivos son poco frecuentes, y sólo parecen desarrollar SQM como secuela una pequeña parte de los afectados por accidentes o sobreexposiciones químicas (Welch y Sokas 1992; Simon 1992). A este respecto quizá sea sorprendente el hecho de que los trastornos alérgicos atópicos, comunes, no son aparentemente un factor de riesgo de SQM importante en la mayoría de los grupos.
La mayoría de los episodios iniciadores se han atribuido a varios grupos de sustancias químicas; en concreto, a los disol- ventes orgánicos, los pesticidas y los irritantes respiratorios. Esto podría deberse al uso generalizado de estos materiales en el lugar de trabajo. La otra circunstancia habitual en la que se producen numerosos casos es el síndrome del edificio enfermo; algunos pacientes evolucionan desde una sintomatología típica del SEE a una SQM. Aunque ambos trastornos tienen mucho en común, pueden distinguirse por sus características epidemio- lógicas. El síndrome del edificio enfermo afecta típicamente a la mayoría de las personas que comparten un mismo ambiente, que mejoran al remediar los problemas medioambientales; la SQM aparece esporádicamente, y no responde de forma predecible a las modificaciones introducidas en las oficinas.
Por último, existe un gran interés por saber si la SQM es un trastorno nuevo o si se trata de una nueva presentación o percepción de un trastorno que ya existía anteriormente. Hay disparidad de opiniones acerca de la patogenia propuesta de la SQM. Los que defienden un papel biológico de agentes ambientales, incluidos los ecólogos clínicos, sostienen que la SQM es una enfermedad de nuestro siglo con una incidencia creciente debido al empleo cada vez mayor de sustancias químicas (Ashford y Miller 1991). Por su parte, quienes sostienen una etiología psicosomática consideran que la SQM es un trastorno somatoforme antiguo con una nueva metáfora social (Brodsky 1983; Shorter 1992). Según este punto de vista, la percepción social de los productos químicos como agentes perjudiciales ha dado lugar a que el problema histórico de la enfermedad psico- somática haya evolucionado hacia un nuevo contenido simbólico.
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