Los métodos seguidos en los ejemplos históricos precedentes varían desde la observación de agrupamientos de enfermedades por parte de clínicos avispados hasta la realización de estudios epidemiológicos más serios, como las investigaciones de la tasa de una enfermedad (tasa de cáncer) en los seres humanos. Los resultados de estos estudios epidemiológicos tienen gran importancia para las evaluaciones del riesgo para los seres humanos. Su mayor inconveniente es que suele requerirse un largo período de tiempo, por lo general un mínimo de 15 años, para demostrar y evaluar los efectos de una exposición a un cancerígeno potencial. De ahí que deban aplicarse otros métodos para conseguir una evaluación más rápida de sustancias introducidas recientemente. Desde comienzos de este siglo, se han utilizado a tal fin los estudios sobre potencial cancerígeno en animales. Sin embargo, la extrapolación de datos obtenidos en animales a los seres humanos introduce dudas importantes. Otra limitación es la necesidad de realizar un seguimiento de un gran número de animales durante varios años.
La necesidad de métodos con una respuesta más rápida quedó parcialmente cubierta en 1971, cuando se introdujo la prueba de mutagenicidad a corto plazo (prueba de Ames). En ella se utilizan bacterias para medir la actividad mutágena de una sustancia (su capacidad para provocar cambios irreparables en el material genético celular, el ADN). No obstante, la interpretación de los resultados de las pruebas bacterianas plantea el problema de que no todas las sustancias que provocan cáncer en el ser humano son mutágenas, y que no todos los mutágenos bacterianos se consideran peligrosos para la producción de cáncer en el ser humano. Con todo, el hallazgo de que una sustancia es mutágena suele considerarse indicativo de que representa al menos un riesgo de cáncer para el ser humano.
En los últimos 15 años se han desarrollado nuevos métodos de biología genética y molecular para la detección de peligros de cáncer en el ser humano. Esta disciplina se denomina “epidemiología molecular”. Se estudian fenómenos genéticos y moleculares para aclarar el proceso de formación del cáncer y desarrollar así métodos para su detección precoz, o indicios de aumento del riesgo de desarrollo de cáncer. Entre estos métodos figura el análisis de la lesión del material genético y de la formación de enlaces químicos (aductos) entre los contaminantes y el material genético. La presencia de aberraciones cromosómicas indica claramente la existencia de efectos sobre el material genético que pueden asociarse al desarrollo de cáncer. Sin embargo, todavía queda por establecer el papel que desempeñan los hallazgos epidemiológicos moleculares en la valoración del riesgo de cáncer humano, y ya hay en curso distintas investigaciones para determinar de manera más clara y exacta cómo deben interpretarse los resultados de estos análisis.
La necesidad de métodos con una respuesta más rápida quedó parcialmente cubierta en 1971, cuando se introdujo la prueba de mutagenicidad a corto plazo (prueba de Ames). En ella se utilizan bacterias para medir la actividad mutágena de una sustancia (su capacidad para provocar cambios irreparables en el material genético celular, el ADN). No obstante, la interpretación de los resultados de las pruebas bacterianas plantea el problema de que no todas las sustancias que provocan cáncer en el ser humano son mutágenas, y que no todos los mutágenos bacterianos se consideran peligrosos para la producción de cáncer en el ser humano. Con todo, el hallazgo de que una sustancia es mutágena suele considerarse indicativo de que representa al menos un riesgo de cáncer para el ser humano.
En los últimos 15 años se han desarrollado nuevos métodos de biología genética y molecular para la detección de peligros de cáncer en el ser humano. Esta disciplina se denomina “epidemiología molecular”. Se estudian fenómenos genéticos y moleculares para aclarar el proceso de formación del cáncer y desarrollar así métodos para su detección precoz, o indicios de aumento del riesgo de desarrollo de cáncer. Entre estos métodos figura el análisis de la lesión del material genético y de la formación de enlaces químicos (aductos) entre los contaminantes y el material genético. La presencia de aberraciones cromosómicas indica claramente la existencia de efectos sobre el material genético que pueden asociarse al desarrollo de cáncer. Sin embargo, todavía queda por establecer el papel que desempeñan los hallazgos epidemiológicos moleculares en la valoración del riesgo de cáncer humano, y ya hay en curso distintas investigaciones para determinar de manera más clara y exacta cómo deben interpretarse los resultados de estos análisis.
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