Entre los metales pesados, el plomo (Pb) constituye para el hombre la exposición elemental más importante, tanto en el medio ambiente como en el lugar de trabajo. Se producen impor- tantes exposiciones de origen industrial en trabajos como fabricación de baterías, fundición, soldadura, construcción y decapado. Se sabe desde hace tiempo que las personas empleadas en indus- trias de este tipo llevan en la ropa polvo que pueden absorber sus hijos. Para éstos, la vía de absorción primordial es la ingestión de partículas de pintura, polvo y agua contaminadas con plomo. La absorción respiratoria es eficaz y la inhalación constituye una vía importante de exposición en presencia de aerosoles de plomo o alquil plomo (Clement International Corporation 1991).
La intoxicación por plomo puede dañar prácticamente todos los órganos del cuerpo, pero, en los niños, los niveles de exposición actuales se han asociado sobre todo con trastornos neurológicos y del desarrollo. También se han observado afecciones renales y hematológicas en adultos y niños expuestos a concentraciones elevadas de plomo. Las enfermedades cardiovasculares
y las disfunciones de la reproducción son secuelas conocidas en la madurez de la exposición al plomo. Se sospecha que la exposi- ción crónica a concentraciones más bajas de plomo tiene efectos renales, cardiovasculares y reproductivos de gravedad subclínica,
y hay datos limitados que apoyan esta sugerencia. Los datos obtenidos en animales apoyan las observaciones hechas en el hombre (Sager y Girard 1994).
En términos de dosis mensurable, los efectos neurológicos abarcan desde deficiencias del CI a bajas exposiciones (10 g/dl de plomo en sangre) hasta encefalopatías (80 g/dl). En 1985, se consideró que la concentración preocupante para los niños era de 25 g/dl, valor que se rebajó a 10 g/dl en 1993.
En 1978, Chisholm describió la exposición neonatal debida a la aportación de polvo a casa por los padres trabajadores. Desde entonces, una serie de medidas preventivas, como la ducha y el cambio de ropa antes de abandonar el lugar de trabajo, han reducido la carga de polvo transportada a casa. Sin embargo, el plomo de origen industrial continúa siendo una importante fuente potencial de exposición neonatal. Una investigación reali- zada en Dinamarca determinó que la concentración de plomo en sangre en hijos de trabajadores expuestos era aproximada- mente el doble que en niños que vivían en hogares expuestos a contaminación de origen no industrial (Grandjean y Bach 1986). Se ha documentado exposición de niños a plomo de origen industrial entre empalmadores de cables eléctricos (Rinehart y Yanagisawa 1993) y trabajadores de fábricas de condensadores (Kaye, Novotny y Tucker 1987).
Las fuentes no industriales de exposición ambiental al plomo siguen constituyendo un peligro grave para los niños pequeños.
Desde que en Estados Unidos se inició la prohibición gradual del plomo tetraetilo como aditivo para combustibles (1978), las concentraciones medias de plomo en sangre han disminuido en los niños desde 13 hasta 3 g/dl (Pirkle y cols. 1994). Las partículas y el polvo de pintura son ahora la causa principal de into- xicación por plomo entre los niños en Estados Unidos (Roper 1991). Así, según un informe, los niños más pequeños (neonatos de menos de 11 meses) con cantidades excesivas de plomo en sangre habían estado expuestos a un riesgo máximo de exposición a través del polvo y el agua, mientras que, para niños algo mayores (24 meses), el riesgo procedía de la ingestión de partículas de pintura (pica) (Shannon y Graef 1992). La disminución del plomo por medio de la eliminación de pintura ha logrado proteger a los niños de la exposición al polvo y las partículas de pintura (Farfel, Chisholm y Rohde 1994); paradóji- camente, se ha demostrado que los trabajadores encargados de esta operación llevan a sus hogares polvo de plomo pegado a la ropa. Además, se ha observado que la exposición continua al plomo afecta de manera desproporcionada a los niños pequeños económicamente desfavorecidos (Brody y cols. 1994; Goldman y Carra 1994). Parte de esta desigualdad deriva de las malas condiciones de vivienda; ya en 1982 se demostró que la magnitud del deterioro de las viviendas guardaba relación directa con las concentraciones de plomo en sangre durante la infancia (Clement International Corporation 1991).
La intoxicación por plomo puede dañar prácticamente todos los órganos del cuerpo, pero, en los niños, los niveles de exposición actuales se han asociado sobre todo con trastornos neurológicos y del desarrollo. También se han observado afecciones renales y hematológicas en adultos y niños expuestos a concentraciones elevadas de plomo. Las enfermedades cardiovasculares
y las disfunciones de la reproducción son secuelas conocidas en la madurez de la exposición al plomo. Se sospecha que la exposi- ción crónica a concentraciones más bajas de plomo tiene efectos renales, cardiovasculares y reproductivos de gravedad subclínica,
y hay datos limitados que apoyan esta sugerencia. Los datos obtenidos en animales apoyan las observaciones hechas en el hombre (Sager y Girard 1994).
En términos de dosis mensurable, los efectos neurológicos abarcan desde deficiencias del CI a bajas exposiciones (10 g/dl de plomo en sangre) hasta encefalopatías (80 g/dl). En 1985, se consideró que la concentración preocupante para los niños era de 25 g/dl, valor que se rebajó a 10 g/dl en 1993.
En 1978, Chisholm describió la exposición neonatal debida a la aportación de polvo a casa por los padres trabajadores. Desde entonces, una serie de medidas preventivas, como la ducha y el cambio de ropa antes de abandonar el lugar de trabajo, han reducido la carga de polvo transportada a casa. Sin embargo, el plomo de origen industrial continúa siendo una importante fuente potencial de exposición neonatal. Una investigación reali- zada en Dinamarca determinó que la concentración de plomo en sangre en hijos de trabajadores expuestos era aproximada- mente el doble que en niños que vivían en hogares expuestos a contaminación de origen no industrial (Grandjean y Bach 1986). Se ha documentado exposición de niños a plomo de origen industrial entre empalmadores de cables eléctricos (Rinehart y Yanagisawa 1993) y trabajadores de fábricas de condensadores (Kaye, Novotny y Tucker 1987).
Las fuentes no industriales de exposición ambiental al plomo siguen constituyendo un peligro grave para los niños pequeños.
Desde que en Estados Unidos se inició la prohibición gradual del plomo tetraetilo como aditivo para combustibles (1978), las concentraciones medias de plomo en sangre han disminuido en los niños desde 13 hasta 3 g/dl (Pirkle y cols. 1994). Las partículas y el polvo de pintura son ahora la causa principal de into- xicación por plomo entre los niños en Estados Unidos (Roper 1991). Así, según un informe, los niños más pequeños (neonatos de menos de 11 meses) con cantidades excesivas de plomo en sangre habían estado expuestos a un riesgo máximo de exposición a través del polvo y el agua, mientras que, para niños algo mayores (24 meses), el riesgo procedía de la ingestión de partículas de pintura (pica) (Shannon y Graef 1992). La disminución del plomo por medio de la eliminación de pintura ha logrado proteger a los niños de la exposición al polvo y las partículas de pintura (Farfel, Chisholm y Rohde 1994); paradóji- camente, se ha demostrado que los trabajadores encargados de esta operación llevan a sus hogares polvo de plomo pegado a la ropa. Además, se ha observado que la exposición continua al plomo afecta de manera desproporcionada a los niños pequeños económicamente desfavorecidos (Brody y cols. 1994; Goldman y Carra 1994). Parte de esta desigualdad deriva de las malas condiciones de vivienda; ya en 1982 se demostró que la magnitud del deterioro de las viviendas guardaba relación directa con las concentraciones de plomo en sangre durante la infancia (Clement International Corporation 1991).
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