La exposición al frío aumenta la tensión arterial, la viscosidad sanguínea y la frecuencia cardíaca (Kunst, Looman y Macken- bach 1993; Tanaka, Konno y Hashimoto 1989; Kawahara y cols. 1989). En los estudios realizados por Stout y Grawford (1991) y Woodhouse y colaboradores (1993; 1994) se muestra que los niveles de fibrinógeno, del factor de coagulación VIIc y de los lípidos eran más elevados en las personas mayores durante el invierno.
En las personas expuestas a temperaturas elevadas se observó que la viscosidad sanguínea y el nivel de colesterol estaban aumentados (Clark y Edholm 1985; Gordon, Hyde y Trost 1988; Keatinge y cols. 1986). Según Woodhouse, Khaw y Plummer (1993a), hay una correlación inversa muy estrecha entre la tensión arterial y la temperatura.
Todavía no se sabe con certeza si la exposición prolongada al frío o al calor aumenta de forma duradera el riesgo de padecer una enfermedad cardiovascular, ni si la exposición al calor o al frío aumenta el riesgo de sufrir una manifestación aguda de enfermedad cardiovascular (p. ej., un ataque cardíaco, un ictus) en relación con la exposición real (el “efecto gatillo”). Kristensen (1989) concluye que la hipótesis del aumento del riesgo agudo de complicaciones de una enfermedad cardiovascular en personas sin enfermedades orgánicas de base está confirmado, mientras que la hipótesis de un efecto crónico del calor o del frío no puede confirmarse ni rechazarse.
En las personas expuestas a temperaturas elevadas se observó que la viscosidad sanguínea y el nivel de colesterol estaban aumentados (Clark y Edholm 1985; Gordon, Hyde y Trost 1988; Keatinge y cols. 1986). Según Woodhouse, Khaw y Plummer (1993a), hay una correlación inversa muy estrecha entre la tensión arterial y la temperatura.
Todavía no se sabe con certeza si la exposición prolongada al frío o al calor aumenta de forma duradera el riesgo de padecer una enfermedad cardiovascular, ni si la exposición al calor o al frío aumenta el riesgo de sufrir una manifestación aguda de enfermedad cardiovascular (p. ej., un ataque cardíaco, un ictus) en relación con la exposición real (el “efecto gatillo”). Kristensen (1989) concluye que la hipótesis del aumento del riesgo agudo de complicaciones de una enfermedad cardiovascular en personas sin enfermedades orgánicas de base está confirmado, mientras que la hipótesis de un efecto crónico del calor o del frío no puede confirmarse ni rechazarse.
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