sábado, 14 de junio de 2014

Agentes ambientales (II)

Los conductos nasales se ventilan con 10.000 a 20.000 litros de aire al día, que contienen cantidades variables de agentes potencialmente dañinos. Las vías respiratorias superiores absorben o eliminan casi por completo los gases muy reactivos
o solubles y las partículas mayores de 2 mm (Evans y Hastings 1992). Por suerte, diversos mecanismos previenen la lesión tisular. Los tejidos nasales están enriquecidos con vasos sanguíneos, nervios, células especializadas con cilios móviles y glándulas productoras de moco. Las funciones defensivas son la filtración y el aclaramiento de partículas, la eliminación de gases hidrosolubles y la identificación precoz de agentes dañinos mediante la detección mucosa y olfatoria de agentes irritantes que desencadenan una alarma y evitan al sujeto una mayor exposición (Witek 1993). Las concentraciones bajas de agentes químicos se absorben en la capa mucosa, son separadas por los cilios funcionantes (aclaramiento mucociliar) y después se tragan. Los agentes químicos pueden unirse a proteínas o metabolizarse con rapidez y convertirse en productos menos dañinos. En la mucosa nasal y en los tejidos olfatorios residen numerosas enzimas metabolizadoras (Bonnefoi, Monticello y Morgan 1991; Schiffman y Nagle 1992; Evans y cols. 1995). El neuroepitelio olfatorio, por ejemplo, contiene enzimas del cito- cromo P-450 que desempeñan un papel muy importante en la detoxificación de sustancias extrañas (Gresham, Molgaard y Smith 1993). Este sistema puede proteger a las células olfatorias primarias y detoxificar también sustancias que de otra forma entrarían en el sistema nervioso central a través de los nervios olfatorios. Hay datos también a favor de que un neuroepitelio olfatorio intacto puede evitar la invasión de algunos microorga- nismos (p. ej., Criptococcus; véase Lima y Vital 1994). A nivel del bulbo olfatorio, pueden existir también mecanismos de protección que impidan el transporte central de sustancias tóxicas. Por ejemplo, se ha demostrado recientemente que el bulbo olfatorio contiene metalotioneínas, unas proteínas con efecto protector frente a las toxinas (Choudhuri y cols. 1995).
El exceso de protección puede precipitar un ciclo de empeora- miento de la lesión. Por ejemplo, la pérdida de capacidad olfa- toria impide el aviso precoz del peligro y permite una exposición continuada. El aumento del flujo sanguíneo nasal y de la permeabilidad de los vasos sanguíneos provoca hinchazón y obstrucción. La función ciliar, necesaria para el aclaramiento mucociliar y para el olfato normal, puede estar alterada. Las variaciones del aclaramiento aumentarán el tiempo de contacto entre los agentes nocivos y la mucosa nasal. Las alteraciones intranasales del moco alteran la absorción de sustancias olorosas
o de moléculas irritantes. El exceso de potencia en la capacidad de metabolización de toxinas favorece la lesión tisular, aumenta la absorción de toxinas y, posiblemente, incrementa la toxicidad sistémica. El tejido epitelial lesionado es más vulnerable a expo- siciones posteriores. Asimismo existen efectos más directos sobre los receptores olfatorios. Las toxinas pueden alterar el índice de recambio de las células receptoras olfatorias (normalmente, de
30 a 60 días), lesionar los lípidos de la membrana de las células receptoras, o modificar su ambiente interno o externo. Aunque es posible la regeneración, el tejido olfatorio lesionado puede mostrar alteraciones permanentes o atrofia, o bien la sustitución del tejido olfatorio por tejido no sensorial.

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