Los conductos nasales se ventilan con 10.000 a 20.000 litros de  aire  al  día,  que  contienen  cantidades  variables  de  agentes potencialmente   dañinos.   Las   vías   respiratorias   superiores absorben o eliminan casi por completo los gases muy reactivos
o   solubles   y   las   partículas   mayores   de   2   mm   (Evans   y Hastings  1992).  Por  suerte,  diversos  mecanismos  previenen  la lesión  tisular.  Los  tejidos  nasales  están  enriquecidos  con  vasos sanguíneos,  nervios,  células  especializadas  con  cilios  móviles  y glándulas productoras de moco. Las funciones defensivas son la filtración y el aclaramiento de partículas, la eliminación de gases hidrosolubles  y  la  identificación  precoz  de  agentes  dañinos mediante  la  detección  mucosa  y  olfatoria  de  agentes  irritantes que  desencadenan  una  alarma  y  evitan  al  sujeto  una  mayor exposición (Witek 1993). Las concentraciones bajas de agentes químicos se absorben en la capa mucosa, son separadas por los cilios   funcionantes   (aclaramiento   mucociliar)   y   después   se tragan.  Los  agentes  químicos  pueden  unirse  a  proteínas  o metabolizarse  con  rapidez  y  convertirse  en  productos  menos dañinos. En la mucosa nasal y en los tejidos olfatorios residen numerosas  enzimas  metabolizadoras  (Bonnefoi,  Monticello  y Morgan 1991; Schiffman y Nagle 1992; Evans y cols. 1995). El neuroepitelio olfatorio, por ejemplo, contiene enzimas del cito- cromo P-450 que desempeñan un papel muy importante en la detoxificación  de  sustancias  extrañas  (Gresham,  Molgaard  y Smith 1993). Este sistema puede proteger a las células olfatorias primarias  y  detoxificar  también  sustancias  que  de  otra  forma entrarían en el sistema nervioso central a través de los nervios olfatorios. Hay datos también a favor de que un neuroepitelio olfatorio intacto puede evitar la invasión de algunos microorga- nismos (p. ej., Criptococcus; véase Lima y Vital 1994). A nivel del  bulbo  olfatorio,  pueden  existir  también  mecanismos  de protección  que  impidan  el  transporte  central  de  sustancias tóxicas.  Por  ejemplo,  se  ha  demostrado  recientemente  que  el bulbo  olfatorio  contiene  metalotioneínas,  unas  proteínas  con efecto protector frente a las toxinas (Choudhuri y cols. 1995).
El exceso de protección puede precipitar un ciclo de empeora- miento de la lesión. Por ejemplo, la pérdida de capacidad olfa- toria impide el aviso precoz del peligro y permite una exposición continuada.  El  aumento  del  flujo  sanguíneo  nasal  y  de  la permeabilidad  de  los  vasos  sanguíneos  provoca  hinchazón  y obstrucción.  La  función  ciliar,  necesaria  para  el  aclaramiento mucociliar  y  para  el  olfato  normal,  puede  estar  alterada.  Las variaciones del aclaramiento aumentarán el tiempo de contacto entre  los  agentes  nocivos  y  la  mucosa  nasal.  Las  alteraciones intranasales del moco alteran la absorción de sustancias olorosas
o de moléculas irritantes. El exceso de potencia en la capacidad de metabolización de toxinas favorece la lesión tisular, aumenta la absorción de toxinas y, posiblemente, incrementa la toxicidad sistémica. El tejido epitelial lesionado es más vulnerable a expo- siciones posteriores. Asimismo existen efectos más directos sobre los receptores olfatorios. Las toxinas pueden alterar el índice de recambio de las células receptoras olfatorias (normalmente, de
30 a 60 días), lesionar los lípidos de la membrana de las células receptoras, o modificar su ambiente interno o externo. Aunque es  posible  la  regeneración,  el  tejido  olfatorio  lesionado  puede mostrar alteraciones permanentes o atrofia, o bien la sustitución del tejido olfatorio por tejido no sensorial. 
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