En la última edición de esta Enciclopedia no se incluyó ningún artículo sobre el síndrome del edificio enfermo (SEE) ni sobre la multisensibilidad química (SQM) (esta última denominación fue acuñada por Cullen en 1987). La mayoría de los profesionales dedicados a la medicina del trabajo no se sienten muy cómodos con estos fenómenos sintomáticos que tienen a menudo connotaciones psicológicas, debido (al menos en parte) a que los pacientes con estos síndromes no responden satisfactoriamente a las actuaciones tradicionales de la medicina del trabajo, principalmente, la reducción de la exposición. Los médicos ajenos a la medicina del trabajo y la práctica médica, en general, también reaccionan de manera parecida: consideran a los pacientes con una patología escasamente verificable, como los que se quejan de un síndrome de fatiga crónica o de fibromialgias, más difíciles de tratar (y que generalmente se consideran a sí mismos más discapacitados) que los que presentan alteraciones deformantes, como la artritis reumatoide. Es evidente que existen muchas menos obligaciones legales en relación con el síndrome del edificio enfermo y las sensibilidades químicas múltiples que con los síndromes profesio- nales clásicos, como las intoxicaciones por plomo o la silicosis. Esta incomodidad que sienten los facultativos que atienden a esos pacientes y la falta de un marco legal adecuado representan un gran inconveniente, por muy comprensibles que puedan ser, ya que hacen que se minimice la importancia de estas alteraciones cada vez más corrientes, aunque sean en gran medida subjetivas
y no amenacen la vida. Dado que muchos trabajadores con estos procesos reclaman la incapacidad total, y son pocos los ejemplos de curación que se pueden encontrar, las sensibilidades químicas múltiples y el síndrome del edificio enfermo representan retos considerables para los sistemas aseguradores.
En los países desarrollados, en los que se controlan mejor muchas tóxicos laborales clásicos, se concede cada vez mayor importancia económica y sanitaria a los síndromes que provocan una sintomatología, como los que se están investigando actual- mente y que implican unos niveles de exposición reducidos. Los empresarios se sienten frustrados ante estos trastornos por diferentes razones. Como el hecho de que en la mayoría de las jurisdicciones no existen normas legales claras que hagan referencia a la atmósfera del interior de los edificios o a los individuos con una hipersensibilidad (con la importante excepción de las personas con alergias reconocidas), no pueden saber si están cumpliendo las normas vigentes o no. Los niveles de contami- nantes específicos establecidos para la industria, como los niveles de exposición permisible de la Administración para la Seguridad
y Salud del Trabajo (Occupational Safety and Health Administration, OSHA), o los valores límite umbral TLV de la Conferencia Americana de Higienistas Industriales del Gobierno (ACGHI), son claramente inadecuados para prevenir o predecir los trastornos sintomáticos en administrativos y trabajadores de la educación. Por último, dada la aparente importancia de la sensibilidad individual y de los factores psicológicos como elementos determinantes de la respuesta a niveles reducidos de contaminantes, no resulta tan sencillo como a muchos les gustaría predecir el efecto de las medidas medioambientales antes de adoptar una decisión sobre los escasos recursos para los edificios o el mantenimiento. A menudo, tras la aparición de estos trastornos se encuentra un posible culpable, como los niveles elevados de compuestos orgánicos volátiles en relación con la atmósfera exterior, y a pesar de tomar las medidas perti- nentes, los trastornos persisten o reaparecen.
y no amenacen la vida. Dado que muchos trabajadores con estos procesos reclaman la incapacidad total, y son pocos los ejemplos de curación que se pueden encontrar, las sensibilidades químicas múltiples y el síndrome del edificio enfermo representan retos considerables para los sistemas aseguradores.
En los países desarrollados, en los que se controlan mejor muchas tóxicos laborales clásicos, se concede cada vez mayor importancia económica y sanitaria a los síndromes que provocan una sintomatología, como los que se están investigando actual- mente y que implican unos niveles de exposición reducidos. Los empresarios se sienten frustrados ante estos trastornos por diferentes razones. Como el hecho de que en la mayoría de las jurisdicciones no existen normas legales claras que hagan referencia a la atmósfera del interior de los edificios o a los individuos con una hipersensibilidad (con la importante excepción de las personas con alergias reconocidas), no pueden saber si están cumpliendo las normas vigentes o no. Los niveles de contami- nantes específicos establecidos para la industria, como los niveles de exposición permisible de la Administración para la Seguridad
y Salud del Trabajo (Occupational Safety and Health Administration, OSHA), o los valores límite umbral TLV de la Conferencia Americana de Higienistas Industriales del Gobierno (ACGHI), son claramente inadecuados para prevenir o predecir los trastornos sintomáticos en administrativos y trabajadores de la educación. Por último, dada la aparente importancia de la sensibilidad individual y de los factores psicológicos como elementos determinantes de la respuesta a niveles reducidos de contaminantes, no resulta tan sencillo como a muchos les gustaría predecir el efecto de las medidas medioambientales antes de adoptar una decisión sobre los escasos recursos para los edificios o el mantenimiento. A menudo, tras la aparición de estos trastornos se encuentra un posible culpable, como los niveles elevados de compuestos orgánicos volátiles en relación con la atmósfera exterior, y a pesar de tomar las medidas perti- nentes, los trastornos persisten o reaparecen.
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