sábado, 21 de marzo de 2009

NEUROEPIDEMIOLOGIA PROFESIONAL (I)

Los primeros conocimientos acerca de los efectos neurotóxicos de las exposiciones profesionales se obtuvieron por las observaciones clínicas. Los efectos observados fueron más o menos agudos y se referían a la exposición a metales como plomo o mercurio, o a disolventes como el disulfuro de carbono y el tricloroetileno. Sin embargo, con el paso del tiempo y los modernos métodos de exploración y los estudios sistemáticos de grupos mayores, se han evaluado efectos de agentes neurotóxicos más crónicos y clínicamente menos evidentes. Aun así, la interpretación de los hallazgos ha sido discutible y discutida, como en el caso de los efectos crónicos de la exposición a disolventes (Arlien-Søborg 1992).
Las dificultades encontradas en la interpretación de los efectos neurotóxicos crónicos dependen tanto de la diversidad y vaguedad de los síntomas y signos como del problema asociado de definir una entidad patológica propiamente dicha para estudios epidemiológicos concluyentes. Por ejemplo, en la exposición a disolventes, los efectos crónicos podrían ser problemas de la memoria y la concentración, cansancio, falta de iniciativa, tendencia a la afectación, irritabilidad y, en ocasiones, mareos, cefaleas, intolerancia al alcohol y disminución de la libido. Los métodos neurofisiológicos han revelado también varios trastornos funcionales que también son difíciles de agrupar en una sola entidad patológica.
De forma similar, parece que también se producen diversos efectos sobre el comportamiento a causa de otras exposiciones profesionales, como la exposición moderada al plomo o la soldadura con cierta exposición al aluminio, plomo y manganeso o la exposición a pesticidas. Existen también signos neurofisiológicos o neurológicos, entre otros, polineuropatía, temblor y trastornos del equilibrio, en individuos expuestos a organoclorados, organofosforados y otros insecticidas.
A la vista de los problemas epidemiológicos que entraña la definición de una entidad patológica a partir de los numerosos tipos de efectos neurológicos sobre el comportamiento mencio- nados, parece natural considerar algunos trastornos neuropsiquiátricos clínicamente más o menos bien definidos en relación con exposiciones profesionales.
Desde los años 70, varios estudios se han centrado de forma específica en la exposición a disolventes y el síndrome psicoorgánico, cuando éste alcanzaba una gravedad discapacitante. Más recientemente, también la demencia de Alzheimer, la esclerosis múltiple, la enfermedad de Parkinson, la esclerosis lateral amiotrófica y enfermedades relacionadas han atraído el interés de la epidemiología profesional.
En lo que respecta a la exposición a los disolventes y el síndrome psicoorgánico (o la encefalopatía crónica tóxica en medicina clínica del trabajo, cuando se tiene en cuenta la exposición para el diagnóstico), el problema de definir una entidad patológica era evidente y llevó a considerar primero en bloque los diagnósticos de encefalopatía, demencia y atrofia cerebral, aunque también se incluyeron la neurosis, la neurastenia y el nerviosismo como no necesariamente diferenciados entre sí en la práctica médica (Axelson, Hane y Hogstedt 1976). Recientemente, entidades patológicas más específicas, como la demencia orgánica y la atrofia cerebral, se han asociado también a la exposición a disolventes (Cherry, Labréche y McDonald 1992). Sin embargo, los hallazgos no han sido totalmente uniformes, ya que en un estudio a gran escala de casos controles realizado en Estados Unidos, con hasta 3.565 casos de diversos trastornos neuropsiquiátricos y 83.245 controles hospitalarios no apareció un exceso de “demencia presenil” (Brackbill, Maizlish y Fischbach 1990). Sin embargo, en comparación con los albañiles, se registró un exceso aproximado del 45 % de trastornos neuropsiquiátricos incapacitantes entre los pintores varones y de raza blanca, excepto en los pintores con pistola.

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