La leche materna es fuente potencial de exposición neonatal a los plaguicidas. Hace décadas que se conoce la contaminación de la leche humana por plaguicidas, en especial organoclorados. Las exposiciones industriales y ambientales pueden inducir una contaminación considerable de la leche materna (D’Ercole y cols. 1976; McConnell 1986). Los organoclorados, que hace algunos años estaban presentes en la leche materna a concentraciones excesivas, están disminuyendo en los países desarrollados, paralelamente a la reducción de su concentración en el tejido adiposo observada después de limitar el uso de estos compuestos. Por tanto, la contaminación por DDT de la leche materna es ahora máxima en los países en desarrollo. Hay pocos indicios de organofosfatos en la leche humana; esto puede atribuirse a la solubilidad en el aguaya la rápida metabolización de estos compuestos en el organismo.
La ingestión de agua contaminada con plaguicidas es también un riesgo potencial para la salud del recién nacido. Este problema es más acusado cuando los alimentos infantiles deben prepararse con agua. En otros casos, los preparados comerciales están relativamente exentos de contaminantes (National Research Council 1993). También la contaminación de los alimentos con plaguicidas puede causar exposición infantil. La contaminación con plaguicidas, a concentraciones muy bajas, de la leche, las frutas y las verduras, es un hecho incluso en los países desarrollados, donde las leyes y la vigilancia son más estrictas (The Referee 1994). Aunque la leche es el elemento más importante de la dieta infantil, los niños pequeños consumen también cantidades considerables de frutas (en especial manzanas) y hortalizas (en especial zanahorias) que, por tanto, constituyen una fuente posible de exposición a los plaguicidas.
En países industrializados, como Estados Unidos y los de Europa occidental, el uso de casi todos los plaguicidas organoclorados, como el DDT, clordano, dieldrín y lindano, está prohibido, suspendido o limitado desde el decenio de 1970 (Maxcy Rosenau-Last 1994). Los plaguicidas utilizados con fines agrícolas y no agrícolas están regulados en cuanto a su concentración en los alimentos, el agua y los productos farmacéuticos. Gracias a ello, las concentraciones de plaguicidas en el tejido adiposo y la leche humana han disminuido sustancialmente a lo largo de los cuatro últimos decenios. Sin embargo, los organo-clorados siguen utilizándose de forma generalizada en los países en desarrollo; en ellos, el lindano y el DDT, por ejemplo, se encuentran entre los plaguicidas más utilizados en la agricultura y en el control de la malaria (Awumbila y Bokuma 1994).
La ingestión de agua contaminada con plaguicidas es también un riesgo potencial para la salud del recién nacido. Este problema es más acusado cuando los alimentos infantiles deben prepararse con agua. En otros casos, los preparados comerciales están relativamente exentos de contaminantes (National Research Council 1993). También la contaminación de los alimentos con plaguicidas puede causar exposición infantil. La contaminación con plaguicidas, a concentraciones muy bajas, de la leche, las frutas y las verduras, es un hecho incluso en los países desarrollados, donde las leyes y la vigilancia son más estrictas (The Referee 1994). Aunque la leche es el elemento más importante de la dieta infantil, los niños pequeños consumen también cantidades considerables de frutas (en especial manzanas) y hortalizas (en especial zanahorias) que, por tanto, constituyen una fuente posible de exposición a los plaguicidas.
En países industrializados, como Estados Unidos y los de Europa occidental, el uso de casi todos los plaguicidas organoclorados, como el DDT, clordano, dieldrín y lindano, está prohibido, suspendido o limitado desde el decenio de 1970 (Maxcy Rosenau-Last 1994). Los plaguicidas utilizados con fines agrícolas y no agrícolas están regulados en cuanto a su concentración en los alimentos, el agua y los productos farmacéuticos. Gracias a ello, las concentraciones de plaguicidas en el tejido adiposo y la leche humana han disminuido sustancialmente a lo largo de los cuatro últimos decenios. Sin embargo, los organo-clorados siguen utilizándose de forma generalizada en los países en desarrollo; en ellos, el lindano y el DDT, por ejemplo, se encuentran entre los plaguicidas más utilizados en la agricultura y en el control de la malaria (Awumbila y Bokuma 1994).
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