sábado, 27 de junio de 2009

Plaguicidas y compuestos químicos afines (II)

La dieta es la principal fuente de organoclorados persistentes, pero el consumo de tabaco, el aire y el agua pueden también contribuir a la exposición. Esta clase de plaguicidas, también llamados hidrocarburos halogenados, son muy persistentes en el medio, ya que son lipófilos, resistentes al metabolismo y la biodegradación y poco volátiles. Se han hallado varios centenares de ppm en la grasa de personas y animales muy expuestos. Por su toxicidad reproductiva para la vida animal y por su tendencia a la bioacumulación, los organoclorados están en su mayor parte prohibidos o limitados en los países desarrollados.
A dosis muy altas, los organoclorados provocan neurotoxi- cidad, pero para el hombre son más preocupantes los efectos potenciales a largo plazo. Aunque los efectos crónicos no están muy documentados, en animales de experimentación y salvajes se han observado hepatotoxicidad, cáncer y disfunciones de la reproducción. Los motivos de preocupación derivan sobre todo de las observaciones en animales de carcinogénesis y altera- ciones profundas del hígado y el sistema inmunitario.
Los organofosfatos y los carbamatos son menos persistentes que los organoclorados, y son los insecticidas más utilizados en todo el mundo. Esta clase de plaguicidas se degradan relativa- mente deprisa en el medio y en el organismo. Algunos organo- fosfatos y carbamatos presentan una elevada toxicidad aguda, y también se han observado casos de neurotoxicidad crónica. La dermatitis es otro síntoma muy documentado de exposición a plaguicidas.
También son motivo de inquietud los productos derivados del petróleo utilizados para aplicar algunos plaguicidas. Se han asociado efectos crónicos, como cánceres infantiles hematopoyé- ticos y de otro tipo, con exposiciones parentales o residuales a plaguicidas, aunque los datos epidemiológicos son muy limi- tados. No obstante, los datos de estudios animales indican que debe evitarse la exposición a los plaguicidas.
Para el recién nacido se ha documentado un amplio espectro de posibilidades de exposición y efectos tóxicos. La mayor parte de los niños hospitalizados por intoxicación aguda habían inge- rido inadvertidamente plaguicidas, y un número considerable se había expuesto a sus efectos jugando en céspedes tratados
(Casey, Thompson y Vale 1994; Zwiener y Ginsburg 1988). Hace tiempo que se ha reconocido la contaminación de la ropa de los trabajadores por polvo o líquido plaguicida. Por tanto, esta vía abre el camino a la exposición doméstica, salvo que los trabajadores adopten medidas higiénicas adecuadas después del trabajo. Así, una familia completa presentaba concentraciones elevadas de clordecona (Kepone) en sangre, atribuidas al hecho de lavar en casa la ropa de un trabajador (Grandjean y Bach 1986). Se ha documentado exposición doméstica a TCDD (dioxina) por la aparición de cloracne en el hijo y la esposa de dos trabajadores expuestos después de una explosión (Jensen, Sneddon y Walker 1972).
La mayor parte de las posibles exposiciones de lactantes son consecuencia de la aplicación de plaguicidas dentro del hogar y en sus inmediaciones (Lewis, Fortman y Camann 1994). Se ha observado que el polvo de las moquetas está muy contaminado por numerosos plaguicidas (Fenske y cols. 1994). Gran parte de la contaminación documentada en viviendas se ha atribuido al exterminio de pulgas o al tratamiento de jardines con plaguicidas (Davis, Bronson y Garcia 1992). Según algunas predicciones, la absorción de clorpyrifos por parte de niños lactantes después del tratamiento de la vivienda para erradicar las pulgas supera los valores de inocuidad; de hecho, las concentraciones en el aire del interior después de una fumigación de este tipo no siempre disminuyen rápidamente a valores inocuos.

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